Hay enormes expectativas puestas en la asunción de la presidencia de Estados Unidos por Barack Obama y se esperan con ansiedad sus primeras medidas. Algunas están en marcha: la modificación de los criterios de reparto de 700.000 millones de dólares que ya no se destinarán a la compra de productos “tóxicos” sino a la participación del estado en los bancos en crisis. También se esperan medidas rápidas encaminadas al cierre de la base centro de torturas de Guantánamo. Después vendrá un cambio en la política exterior basado en el dialogo incluso con los considerados enemigos de Estados Unidos (Irán, Siria, Cuba, Corea del Norte…).
En esa agenda está la rectificación del unilateralismo de la política norteamericana hacia zonas en donde se comparta más la responsabilidad en la toma de decisiones con los aliados de Estados Unidos, en primer lugar la Unión Europea y los países miembros de la OTAN. Pero este giro al multilateralismo tiene sus contrapartidas y quienes lo han reclamado tendrán que conjugar una mayor participación en las tareas de gendarmería internacional que tradicionalmente han estado encargadas a los Estados Unidos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se ha encargado de la defensa mundial casi en solitario. Como potencia hegemónica del bloque occidental corría con unos enormes gastos de defensa y ponía casi siempre los muertos en las guerras regionales que se han producido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Independientemente de sus errores y de sus abusos, lo cierto es que el resto de los países englobados en los mismos principios internacionales han tenido una existencia cómoda en esos conflictos.
Vietnam fue la herencia que Estados Unidos recogió de una Francia agotada de la Guerra de Indochina y todo el mundo sabe que ese gigantesca carnicería acabó cuando la sociedad civil norteamericana se negó a que más soldados de ese país murieran tan lejos y además se plantó para detener la escalada bélica que acabó con la vida, según algunas fuentes, de dos millones de vietnamitas.
Ahora el foco de la atención está puesto en Afganistán donde el contingente mayoritario es norteamericano completado por un grueso de tropas británicas y canadienses y un aporte casi simbólico de una docena de países. Barack Obama quiere ampliar las fuerzas en Afganistán, redefinir los objetivos de ese conflicto y pedir mayor contribución a los países aliados de Estados Unidos.
Ese cambio de estrategia colma las aspiraciones de quienes se han quejado siempre del unilateralismo norteamericano pero exige, al mismo tiempo, una disposición a compartir los riesgos y los costes. España acaba de enterrar a dos nuevos soldados muertos, como a dicho la ministra Chacón, para la seguridad frente al terrorismo. Ahora nos tendremos que preparar para asumir nuevas responsabilidades. Son las contrapartidas inevitables del cese del unilateralismo norteamericano.